jueves, 22 de julio de 2010

Esperanza de Pobre.


El verano le sacaba vapor a las veredas y las ruedas de las micros se enterraban en el asfalto casi derretido. Se veía a la mitad de los oficinistas que usualmente pasaban por ahí, y los que estaban aún trabajando lo hacían a duras penas.
Nunca pensó que dedicaría su vida a la calle, vender mote con huesillos en verano y sopaipillas en invierno.
El verano la ahogaba, prefería el invierno, el chirrido del aceite al posar con cuidado las sopaipillas la tranquilizaba y le daba el calor que no tenía en la mediagua donde dormía.

De los universitarios barbones que armaron la mediagua nunca más se supo, de las promesas del Alcalde tampoco.

Salió por la mañana y mientras empujaba el carrito por la calle pensó en en su madre, en los huesos, tirada en la cama, reventada por la pasta base. Esa imagen cruel la transportaba al vacío, no tenía recuerdos de su padre. Seguido se preguntaba si su vida habría cambiado con un padre. Probablemente no. Habría sido lindo ir a la escuela y que su papá la esperara a la salida. Caminar juntos a la casa, hablando del futuro.

Ahora solo pensaba en que la muerte sería mejor, a eso se había reducido la esperanza.

No vio la luz que cambiaba de color, ni vio la micro desbocada. El carro cayó partido por la mitad 30 metros más adelante.
Nadie reclamo su cuerpo.