miércoles, 3 de febrero de 2010

En camino


Pedaleo hasta que las piernas flaquean y el aire no pasa de la garganta, pero no avanzo. El horizonte está igual de lejos y el paisaje a mi alrededor no cambia, el mismo quiltro que ladra en la vereda, el mismo auto viejo estacionado, la misma luminaria parpadeante.

Recupero un poco el aliento y sigo con más fuerza, pero todo es cada vez más lento, más pesado, la transpiración gotea de las cejas y rueda por la nariz. La luna sigue donde mismo y el día no llega nunca.

Empiezo a ver todo negro y el ladrido se hace casi imperceptibe. Cuando despierto en mi cama, el sol entra furioso por la ventana abierta, la bicicleta en el suelo, y siento las piernas completamente acalambradas. Afuera el perro sigue ladrando.