martes, 2 de noviembre de 2010

Piso 20.


La vista desde el piso 20 es magnífica, lo suficientemente alta como para tener perspectiva, pero no tan lejana como para perderse los detalles. Desde ahí se ve a la gente pasar, el color de sus ropas, si van apurados o tranquilos, se esboza su complexión y la mente llena los vacíos que la distancia crea.

Asomar la cabeza por la ventana y sentir el aire caliente del verano es un empujón de vida real, de existencia, un amortiguador del delirio.

En la noche, con mucho menos movimiento, se ve a las parejas caminar apuradas, como temiendo algo. El aire fresco obliga a asomar medio cuerpo para sentirlo. A esa hora, las ganas de saltar son irrefrenables, un impulso incontenible, ciego, potente.

Temprano en las mañanas, con el sol entrando por la ventana, la idea del precipicio acapara todo, mil veces pasa por la cabeza la imagen de la caida en primera persona, el pavimento acercándose a toda velocidad, el aire silbando en las orejas.

Saltar al vacío, volar en espiral, 10 segundos de libertad, el fin.

jueves, 22 de julio de 2010

Esperanza de Pobre.


El verano le sacaba vapor a las veredas y las ruedas de las micros se enterraban en el asfalto casi derretido. Se veía a la mitad de los oficinistas que usualmente pasaban por ahí, y los que estaban aún trabajando lo hacían a duras penas.
Nunca pensó que dedicaría su vida a la calle, vender mote con huesillos en verano y sopaipillas en invierno.
El verano la ahogaba, prefería el invierno, el chirrido del aceite al posar con cuidado las sopaipillas la tranquilizaba y le daba el calor que no tenía en la mediagua donde dormía.

De los universitarios barbones que armaron la mediagua nunca más se supo, de las promesas del Alcalde tampoco.

Salió por la mañana y mientras empujaba el carrito por la calle pensó en en su madre, en los huesos, tirada en la cama, reventada por la pasta base. Esa imagen cruel la transportaba al vacío, no tenía recuerdos de su padre. Seguido se preguntaba si su vida habría cambiado con un padre. Probablemente no. Habría sido lindo ir a la escuela y que su papá la esperara a la salida. Caminar juntos a la casa, hablando del futuro.

Ahora solo pensaba en que la muerte sería mejor, a eso se había reducido la esperanza.

No vio la luz que cambiaba de color, ni vio la micro desbocada. El carro cayó partido por la mitad 30 metros más adelante.
Nadie reclamo su cuerpo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

En camino


Pedaleo hasta que las piernas flaquean y el aire no pasa de la garganta, pero no avanzo. El horizonte está igual de lejos y el paisaje a mi alrededor no cambia, el mismo quiltro que ladra en la vereda, el mismo auto viejo estacionado, la misma luminaria parpadeante.

Recupero un poco el aliento y sigo con más fuerza, pero todo es cada vez más lento, más pesado, la transpiración gotea de las cejas y rueda por la nariz. La luna sigue donde mismo y el día no llega nunca.

Empiezo a ver todo negro y el ladrido se hace casi imperceptibe. Cuando despierto en mi cama, el sol entra furioso por la ventana abierta, la bicicleta en el suelo, y siento las piernas completamente acalambradas. Afuera el perro sigue ladrando.