lunes, 11 de noviembre de 2013

Universo

Saltaste de la nada, una mañana, y te vi entrar al café del centro. Lloviznaba y venías con tu abrigo negro, apurada, a paso firme. No te conocía, pero sabía que eras tu. Un guiño, un gesto con la mano y me viste.

Unas semanas después, cada vez que entrabas en el boliche en que te esperaba, todo eras tu, tu energía, tu cuerpo, tu sonrisa y tu mirada. De un segundo a otro se borraba todo lo de alrededor, como cuando la cámara se enfoca en algo específico y todo lo demás se difumina. La sangre dejaba de circular en mi a la espera del saludo, dos o tres segundos para estar cerca de tu cuello, sentir tu pelo y poner mi mano en tu hombro. Todo volvía a pasar al despedirnos, un paro cardiorespiratorio esperando ese abrazo, abrirte la puerta y empujarte suavemente de la cintura.

De eso, ha pasado un tiempo y ahora todo el universo se difumina cuando te veo.  Tus ojos transparentes, tu cuello de princesa renacentista, tu cintura imposible y tus movimientos concentran todo lo bello del planeta.

No hay música posible cuando te ríes o cuando oigo tu nombre.
No hay escultura posible cuando te levantas a medianoche y caminas.
No hay pintura posible cuando me miras.
No hay química más allá de tu olor.
No hay biología suficiente al lado de tu piel erizada. 
No hay medicina comparable con tus caricias.
No hay playa tibia como tu piel.
No hay ley más allá de tus deseos. 
No hay ciencia más alla de la certeza de tenerte.
No hay religión absoluta como hacer el amor contigo.

El café del centro se cerró, no podía sobrevivir a ti. El universo cambió, ahora tu eres el universo, la infinitud, todo.