miércoles, 24 de junio de 2009

Cielo Azul


Llevaba treinta y seis peldaños y todavía no terminaba. No sabía porque estaba contando los peldaños, pero ya no podía parar. La noche húmeda no lo dejó dormir y las amarras habían desprendido la piel de las muñecas. La venda anudada en la nuca dejaba entrar un rayo del sol de mediodía, según suponía por el calor que sentía en el pecho desnudo. Cada vez que bajaba la intensidad del ascenso, recibía un empujón en la espalda y retomaba el paso acelerado.

No podía recordar la cara de su mujer, ni la de su hijo, sólo tenía presente la imagen silenciosa de sus captores cuando lo sacaron en la mitad de la noche.

Cincuenta y cinco escalones más arriba una mano firme lo detuvo y le sujetó la frente, obligándolo, sin decir nada, a tenderse boca abajo en el piso de piedra. Recién en ese instante escuchó el murmullo de la multitud al pie de la piramide y pensó que no habría otra oportunidad de ver el cielo azul. Se dió vuelta, lo más rápido que pudo, y cuando el destello del sol desaparecía por la pequeña rendija que le permitía ver el mundo, sintió la piedra afilada romper sus costillas y entrar en su pecho.