miércoles, 3 de febrero de 2010

En camino


Pedaleo hasta que las piernas flaquean y el aire no pasa de la garganta, pero no avanzo. El horizonte está igual de lejos y el paisaje a mi alrededor no cambia, el mismo quiltro que ladra en la vereda, el mismo auto viejo estacionado, la misma luminaria parpadeante.

Recupero un poco el aliento y sigo con más fuerza, pero todo es cada vez más lento, más pesado, la transpiración gotea de las cejas y rueda por la nariz. La luna sigue donde mismo y el día no llega nunca.

Empiezo a ver todo negro y el ladrido se hace casi imperceptibe. Cuando despierto en mi cama, el sol entra furioso por la ventana abierta, la bicicleta en el suelo, y siento las piernas completamente acalambradas. Afuera el perro sigue ladrando.

1 comentario:

trasplante dijo...

"La bicicleta es la silla del escritorio". Aquí voy...
Gran parte del día se le puede a uno arrancar sobre la silla del escritorio pedaleando en vano a veces y viendo el horizonte allá donde mismo por más que se pedalee o pretenda avanzar; harto, cansado sintiendo las piernas, al igual que la vida, anquilosada sin que el "paisaje" cambie demasiado y el perro, ooooh el perro siempre ladrando zumbando al oído como un zancudo en esa misma oscuridad dando a entender las necesidades de los cachorros sin que la luna se inmute si quiera...
Pero el aliento se recupera siempre, y es que se debe recuperar siempre!
Hay que continuar pedaleando a pesar de todo y, jamás, claudicar.