jueves, 31 de julio de 2014

Sin palabras

No tengo palabras. No hay palabras. No existe diccionario que las contenga, enciclopedia que las explique, ni idioma en el que pueda decirlas.

¿Quién puede explicar, sin vivirlo, esas ansias incontrolables de tenerte? ¿Alguien se atreve a definir la emoción, el sube y baja del pulso, el ejercito de mariposas volando del estomago a la garganta, ida y vuelta, sin parar, cada vez que entrabas por la puerta y te veía después de no haber estado contigo en un par de días?

¿Cómo describo lo que sentí el día en que, mientras decías que no, inclinabas la cabeza hacía un lado y entre lagrimas me recibías? ¿Quien puede llenar con palabras el vacío que generó tu ausencia en los días siguientes?

¿Existe un idioma que exprese el tobogán en el que me lancé para caer en tu vida?  ¿existe música, poesía o cualquier arte que de la satisfacción de haberte convencido? No. No existe.

Si hubiera un Dios, o un genio con una lámpara o un todopoderoso, a quien pudiera pedirle algo, con la seguridad de que será cumplido, te pediría a ti.
Pediría verte entrar a cualquier lugar mientras te espero y sentir como todo se transforma en ti.
Pediría sentir tus manos en mi cara.
Pediría poder verte a los ojos de cerca.
Pediría olerte.
Pediría oirte reir a carcajadas.
Pediría oirte dar las gracias.
Pediría oirte gemir despacio, reprimiéndolo.
Pediría ver como te quedas dormida.
Pediría abrir los ojos en la mañana y verte ahí, como cada día.
Pediría verte caminar, alejándote de mi, con la certeza que vas a volver.
Pediría tu felicidad.


Todo lo que le pediría ya lo tengo.


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